24 oct 2010

In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (II)

Viene de: In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (I)

Y vaya si lo fue. Frasier y yo nos levantamos a eso de las seis de la mañana, todavía con las tinieblas de la madrugada. Vajamos sin hacer ruido por las empinadas y angostas escaleras de la casa de huéspedes y nos dirigimos a la calle. El día prometía. Cielo raso, fresco de primeros septiembre y un buen mapa.
El problema no era encontrar los lugares a visitar, sino como salir de Ypres por la carretera adecuada, ya que si salías por el lugar incorrecto luego tenías que dar un gran rodeo. Salimos bien.
Mi primera intención era ir al cementerio alemán de Langemarck.
Quiénes de los que estamos locos con el tema no ha oido hablar de Langemarck, y la tristemente famosa Kindermord o 'matanza de inocentes', en referencia al estúpido e inútil sacrificio de jóvenes cadetes o estudiantes que murieron en descerebrados ataques a campo abierto en línias absolutamente cerradas al son de canciones patrióticas, mientras los británicos hacían prácticas de tiro sin posibilidad de error??
La historia es cruel y semejante tragedia, como toda la guerra, se repetiría con los ejércitos británicos en el primer día de julio de 1916 durante la batalla del Somme. Contextos aparte, al salir de Ypres nos dirigimos hacia Langemarck por la carretera que se dirige a Dixmude, Diksmuide en flamenco.
El paisaje era precioso, o al menos así lo contemplaba yo. Tierra llana, mayormente cultivada y salpicada aquí y allá de pequeños bosques muy concentrados de robles y álamos. La escena del campo flamenco se completaba con una suave neblina que cubría los campos como si de un velo de fino satén se tratase. En ese momento uno se acordaba de los miles de testimonios de soldados que hablaban de las famosas neblinas flamencas que se producen por los fenómenos meteorológicos propios de una zona cercana al Mar del norte y sin apenas cadenas montañosas que se cierren el paso a las brumas.
Como decía, muchos fueron los testimonios que se referían a este típico fenómeno matutino y que tanto daría que hablar. Bajo estas nieblas matutinas se camuflaron algunos de los episodios más sangrientos de la guerra, desde ataques al amanecer hasta los temidos y terribles ataques con gas venenoso que quedaban enmascarados en medio de estas brumas. Hablar de los campos de Flandes durante la Gran guerra es hablar entre otras cosas de fenómenos meteorológicos y de las brumas y neblinas sobretodo.
De esta forma, y sorteando las fantasmagóricas brumas, llegamos a Langemarck. Crucé todo el pueblo y al final encontré el cementerio alemán, el Friedhof de Langemarck.

El cementerio alemán de Langemarck ocupa aproximadamente una área ligeramente inferior a la de un campo de fútbol, es decir poco menos de una hectárea. Rodeado de un seto en todo su perimetro, las tumbas de los soldados caidos en combate estan diseminadas en forma de losetas en el suelo. Desconozco, sin embargo, si los cuerpos se encuentran bajo de las losas con sus nombres. Justo en medio del cementerio se levanta un especie de muro con los caidos por orden alfabético, donde figuran su nombre, cuerpo o regimiento y fecha de defunción.
Sobrio, muy sobrio. Muy alemán.


Al llegar sobre las siete menos cuarto de la mañana me encontré el recinto cerrado. Dommage. Aún así, y como el gato curioso, alargué el cuello para ver entre los setos. La escena contemplada era de una serenidad conmovedora. Ténues resquicios de sol resquebrajaban el sueño de las cruces de piedra diseminadas por el camposanto. No señalan ningún caido en concreto, únicamente lo sagrado del lugar. La sobriedad del espacio es impresionante, no parece un cementerio militar.
Semanas después de haberlo visitado me percato de algunos detalles curiosos pero que en aquel preciso momento permanecieron silenciados por el momento. Hoy que lo pienso, me doy cuenta de que el cementerio estaba situado en medio de los cultivos de maíz que pueblan por doquier los prados de Flandes; la brisa de la mañana balanceaba los altos tallos con una sibilante melodía de calma. Cierto que en uno de los extremos se encuentra la carretera que une Langemarck con el paisaje flamenco, pero el respeto que se profesa por este lugar es total.
El friedhof (cementerio) de Langemarck no es solo un camposanto, es un lugar de reconciliación.
Cuando volví al cementerio de Langemarck horas después con Laura lo constaté. Autocares repletos de alemanes visitaron el lugar en perfecta peregrinación en un acto de sentido recuerdo. Uno se sentía fuera de lugar. Pero aún así permanecimos. El respeto no conoce nacionalidades.

Lo que no hizo la 'Paz' de Versailles lo consiguieron camposantos como este, reconciliación después de la barbarie.

In Flanders fields: apuntes de un periplo inconcluso (III)

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